ENFOQUE E IMPORTANCIA DE LA ASIGNATURA DE EDUCACIÓN PARA LA
CIUDADANÍA
La asignatura de Educación para la Ciudadanía promueve la inserción creativa y dinámica
de las personas dentro de una sociedad democrática, ampliándoles la posibilidad de
asumir a plenitud sus derechos y obligaciones. Por ello el currículo está basado en los
principios generales de la educación ecuatoriana enunciados en la Ley Orgánica de
Educación Intercultural. Entre esos principios, presentes en el Artículo 2 de dicha ley,
Educación para la Ciudadanía prioriza los siguientes:
- Educación en valores
- Enfoque en derechos
- Educación para la democracia y
- Participación ciudadana
Siguiendo estos principios, la Educación para la Ciudadanía puede ser entendida como
educación en valores, en derechos, para la democracia y para la participación.
Educación para la Ciudadanía como educación en valores
Decir que la Educación para la Ciudadanía es educación en valores es afirmar algo muy
general y vago. En efecto, toda educación es transmisora de valores. Todo docente, desde
cualquier asignatura y de manera inevitable (consciente o inconscientemente) transmite a
sus estudiantes una serie de valores. Lo que el docente dice y hace durante las clases, su
posición frente a los diversos temas que se abordan, sus modos de intervenir en los
conflictos en el aula, son acciones transmisoras de valores que pueden influir de un modo
u otro en sus estudiantes. Que la escuela educa en valores es indiscutible. Siempre lo hizo
y siempre lo hará. Como cualquier otro proceso socializador, la institución educativa
transmite valores y normas, censura antivalores, prohíbe acciones, sanciona
transgresiones. El problema no es si la escuela ofrece alguna educación en valores. El
problema es qué tipo de educación en valores está dispuesta explícitamente a dar. Las
opciones son, al menos, dos:
1. La institución educativa puede educar desde su lugar de control social, intentando
que los sujetos se adapten a las normas vigentes, a los valores hegemónicos, a las
exigencias de quienes dominan el discurso, enseñando los mecanismos de la
competitividad para llegar al éxito, y haciendo que estos sujetos acepten
pasivamente los lugares asignados por la desigual relación entre los grupos y
sectores de la sociedad (Cullen, 1996)
2. La institución educativa puede formar personas que incorporen y construyan
autónoma y racionalmente los valores y las normas, aprendan a resolver
argumentativamente los conflictos valorativos, respeten opciones diferentes
conviviendo en un pluralismo axiológico sin renunciar a defender valores
compartidos y universales (Martínez: 1998), de acuerdo a los principios enunciados en la Ley Orgánica de Educación Intercultural.
Al respecto, la opción elegida es la de una educación en valores que esté al servicio de la
construcción de una sociedad cada vez más justa, democrática y pluralista. Con este
objetivo, se trata de ayudar, desde la escuela, a que los estudiantes construyan juicios
autónomos sobre las diversas valoraciones que concurren y colisionan en la sociedad
contemporánea. Se trata de formar personalidades morales autónomas, equipadas con
principios y saberes como para poder hacerse responsables de las propias opciones y no
quedar a merced de imposiciones heterónomas. Se trata de formar personalidades
dialogantes, capaces de argumentar con otros sus propias razones, escuchar y valorar
otras diferentes a las suyas, buscar bases de consensos racionales y proyectos comunes,
respetando los principios básicos de una convivencia justa.
Educación para la Ciudadanía, desde este enfoque, es educación en valores que propicia el
diálogo argumentativo e informado (no el mero intercambio de opiniones), el diálogo que
presupone el reconocimiento del otro y la confianza en la capacidad de argumentar de
todos los actores de la comunidad escolar.
Educación para la Ciudadanía, en tanto educación en valores, pretende brindar al
estudiante herramientas para que sean capaces de analizar críticamente y fundamentar
conductas propias y ajenas, reflexionar sobre el sentido y funcionalidad de las normas,
argumentar a favor y en contra de posturas valorativas diversas, debatir con el fin de
explicitar las diferencias e indagar el modo de llegar a acuerdos posibles para la acción
colectiva y el desarrollo del compromiso social de buscar una vida digna para todos los
ciudadanos y ciudadanas.
Tampoco consiste en la transmisión (menos aún, la inculcación) de una única tradición y
postura, sino en crear condiciones para que los estudiantes conozcan las leyes e
instituciones de su país, valoren los principios y procedimientos de la democracia,
construyan de manera conjunta una serie de acuerdos básicos en pos de una convivencia
justa, siendo capaces de ponerse en el lugar del otro, salirse de su propio yo,
descentrarse, entrar en la esfera de los otros y ampliar su visión del mundo.
Los valores no son abstracciones sino que están encarnados en sujetos históricos y en
situaciones concretas. Cabe, entonces, preguntarse: ¿cuáles son los valores que se van
construyendo en el marco de la democracia y del pluralismo?; ¿cuáles son los valores que
conformarían la base de esa sociedad democrática y pluralista? La convivencia entre los
individuos y entre los grupos que conforman una sociedad pluralista solo es posible en el
marco de un conjunto básico de valores compartidos. Estos valores compartidos son los
valores propios de la democracia y conforman una 'moral mínima' que trasciende las
particularidades grupales, étnicas, religiosas y políticas. Por ejemplo, valores como la no
discriminación, la tolerancia, el reconocimiento del otro, el respeto por las reglas de juego
de la democracia, la renuncia a la violencia para imponer las propias ideas. A su vez,
existen valores no compartidos ('controvertidos') que son legítimos pues no son
contradictorios con los valores propios de esa moral mínima o básica. Así, por ejemplo,
existen en una sociedad pluralista distintas creencias religiosas, ideologías políticas,
posturas estéticas, gustos, preferencias y costumbres. Las diferencias valorativas entre
individuos y grupos se tornan ilegítimas cuando son contradictorias con los valores
compartidos, es decir, cuando expresan contravalores. Son contravalores aquellos que
violan los derechos de las personas. Por ejemplo, las posturas racistas, discriminatorias,
xenófobas o las realidades sociales excluyentes (el hambre, la miseria, la ausencia de
condiciones dignas de existencia).
En este marco, Educación para la Ciudadanía enseña los valores compartidos expresados
en la Constitución del Ecuador y en los derechos humanos universales. Asimismo, plantea
estrategias pedagógicas claras para que los estudiantes rechacen los contravalores (por
ejemplo, la discriminación) y sean respetuosos de las diferencias legítimas entre personas
y sectores, entendiendo que esas diferencias enriquecen a la sociedad y amplían la
variedad de proyectos personales y colectivos (TRILLA, 1992)3
.
Educación para la Ciudadanía como educación en derechos
Educación para la Ciudadanía aborda conceptos dinámicos e históricos cuyos contenidos
han variado a lo largo de los tiempos. Los conceptos de “democracia”, “derechos”,
“política”, “Estado”, no son unívocos ni estables, sino que están en permanente
construcción, redefinición y re-significación desde el presente, según cada contexto social
e histórico. Por supuesto, el concepto mismo de “ciudadanía” tiene esta característica.
La relación entre “ciudadanía” y “derechos” ha sido y es muy estrecha. Hay consenso en
definir ciudadanía como un conjunto de derechos y deberes de las personas en el marco
de una comunidad. Sin embargo, ese consenso respecto de la idea de “ciudadanía” se
debilita a la hora de determinar quiénes son las personas reconocidas como ciudadanas y
cuáles son esos derechos y esos deberes, siendo éstos asuntos sobre los que pueden
existir controversias y que varían a lo largo del tiempo.
La distinción clásica y que aún puede considerarse vigente es la distinción entre
ciudadanía legal, ciudadanía política y ciudadanía social. La ciudadanía legal es la totalidad
de derechos que tienen los ciudadanos en asuntos concernientes a la ley. Es la dimensión
jurídica de la ciudadanía. Esta legalidad se expresa a través de la definición de un conjunto
de derechos que son portados por quienes pertenecen a un Estado. La ciudadanía legal
incluye todos los derechos civiles que están asociados a la libertad y suponen la igualdad
ante la ley. La ciudadanía política incluye los derechos políticos, reconociendo el derecho
al sufragio y a la participación política en carácter de elector o de dirigente. La ciudadanía
social atribuye a los sujetos el derecho a un nivel adecuado de educación, de salud, de
trabajo, de vivienda y de seguridad social.
Educación para la Ciudadanía como educación en derechos está en consonancia con la
educación en valores referida anteriormente pues los valores que se pretenden transmitir
desde esta área corresponden a las categorías de los derechos humanos, como la libertad,
la igualdad, la participación, la solidaridad. Se intenta, a través de este tipo de educación,
que los estudiantes se apropien subjetivamente de estos valores.
Pero existe una diferencia entre “valores” y “derechos humanos”. La diferencia radica en
que los derechos humanos no son solo valores positivos que deseamos ver efectivizados
sino que son normas de derecho internacional que exigen a los Estados y a los ciudadanos
su cumplimiento y que el Estado ecuatoriano ha incorporado a su Constitución. Es decir,
los derechos humanos expresan valores pero a través de leyes. Por tal razón, la Educación
para la Ciudadanía como educación en derechos no es solo una educación valorativa sino
también normativa y tiene como objetivo que los estudiantes conozcan los derechos y
obligaciones presentes en la Constitución del Ecuador y en los tratados y pactos
internacionales a los que el Ecuador se ha adherido.
Cabe aclarar en este punto que esta dimensión normativa, si bien fundamental, no agota
la formación ciudadana que se pretende. La idea de que la ciudadanía es un estatus
jurídico que da derechos es una concepción que dice poco sobre la responsabilidad de los
ciudadanos de participar en la vida pública. Por eso, es necesario complementar el
conocimiento y la aceptación de los derechos de ciudadanía con las responsabilidades y
virtudes ciudadanas. Referirse a la responsabilidad de los ciudadanos no es lo mismo que
referirse a sus obligaciones. Por ejemplo, los ciudadanos adultos tienen la obligación de
pagar sus impuestos pero no tienen obligación de participar en la vida pública. Si
participan, es porque se sienten responsables ante sus conciudadanos/as. La
responsabilidad va más allá de la obligación. Es una acción guiada por la conciencia y es
autónoma.
Educación para la Ciudadanía aborda esta diferencia entre obligación y responsabilidad. Se
trata de que los estudiantes conozcan sus derechos y obligaciones ya que ese es el marco
normativo en el que deben desplegar sus acciones. Pero Educación para la Ciudadanía va
más allá de ese objetivo. Respetar las normas por el solo hecho de temer posibles
sanciones, o cumplir las obligaciones solo porque así lo determina una autoridad externa,
es una actitud profundamente heterónoma o ajena a su voluntad. Ser autónomo, en
cambio, consiste en reconocer el sentido y funcionalidad de las normas existentes, cumplir
con conciencia las propias obligaciones, y ser capaz de asumir libremente
responsabilidades que van más allá de lo prescripto. Además, ser autónomo puede
implicar oponerse públicamente a sistemas normativos injustos, y buscar modificar estos
sistemas a través de la participación activa. Si una de las funciones de la escuela
secundaria es lograr que los y las adolescentes adquieran cada vez mayores grados de
autonomía, el conocimiento de las normas no puede ser una adquisición pasiva.
Para ello, es necesario complejizar el estudio de las normas. El objetivo es que los
estudiantes reconozcan la complejidad del modo en que las normas se elaboran, las
funciones que estas normas tienen, y, fundamentalmente, las diversas maneras en que se
aplican. En efecto, la formación ciudadana incluye el reconocimiento de la necesidad de
cumplir con las regulaciones vigentes, pero también incluye el conocimiento de los
procesos de elaboración y promulgación de leyes, la participación en la construcción
normativa, y el análisis crítico acerca de los modos en que se aplican las normas en
distintos casos y contextos.
Educación para la Ciudadanía no se agota, entonces, en el estudio de las normas y en la
enseñanza sobre la necesidad de cumplirlas. Es también educación para la comprensión
del mundo en el que estas normas se aplican. No se trata de una comprensión intelectual
y pasiva, sino de una comprensión en la que los sujetos puedan sentirse parte de ese
mundo y comprometidos con mejorar las condiciones en las que conviven. Tampoco se
trata del estudio de una realidad desencarnada, sino de una realidad integrada por sujetos
y grupos humanos que ejercen sus derechos o que los ven vulnerados en su experiencia
cotidiana.
Además de la complejidad de las normas que regulan las relaciones entre los y las
ciudadanas, que reconocen y garantizan derechos, que prescriben obligaciones y
explicitan sanciones, es preciso transmitir que los derechos humanos no solo son normas
y dispositivos institucionales. Es necesario transmitir desde la tarea docente que:
- los derechos humanos son conquista, es decir, son el resultado de la lucha y la participación ciudadana;
- los derechos humanos son irreversibles, ya que nada ni nadie puede derogar o quitar de la esfera del derecho aquellas conquistas cuya inviolabilidad debe ser garantizada y respetada;
- los derechos humanos son progresivos, pues admiten la posibilidad de extender la protección a ámbitos o aspectos que anteriormente no estaban contemplados.
- los derechos humanos son proyecto, es decir, son una construcción jamás terminada, que exige el compromiso político de la ciudadanía para que sean efectivamente cumplidos.
Desde esta concepción de los derechos humanos es posible pensar la Educación para la
Ciudadanía como educación promotora de la participación y del compromiso con la
democracia.
Educación para la Ciudadanía como educación para la democracia
Educación para la Ciudadanía como educación para la democracia tiene como objetivos
que los estudiantes:
- Conozcan y valoren el funcionamiento y los dispositivos del sistema democrático ecuatoriano;
- Aprendan a convivir en democracia.
Desde este enfoque, Educación para la Ciudadanía promueve la comprensión de la
democracia no solo como una forma de gobierno sino también como un modo de vivir
juntos.
En efecto, la democracia puede ser entendida como una forma de gobierno y, también,
como una forma de vida. Entenderla sólo como forma de gobierno es considerar su
aspecto instrumental. La democracia, desde esta visión, es un procedimiento que permite
resolver pacíficamente las disputas o conflictos y exigir a los gobernantes, por parte de los
ciudadanos, la satisfacción de sus necesidades. En general, esta manera de concebir la
democracia no pone el énfasis en la participación activa de los ciudadanos. Los
procedimientos de la democracia instituyen que los ciudadanos deben pronunciarse
periódicamente por medio del voto y controlar la acción de los representantes a través de
mecanismos claramente estipulados.
En cambio, entender la democracia como forma de vida alude al valor de la participación
ciudadana como actividad intrínseca y consustancial al desarrollo de las cualidades propias
del ser humano. Desde esta perspectiva, participar no se reduce a emitir un voto
periódicamente, sino que implica actuar junto con otros con el fin de llevar a cabo un
proyecto común. En este sentido, se entiende que la democracia no es sólo una forma de
gobierno o procedimiento de toma de decisiones políticas, sino también una forma de
vida que promueve la acción ciudadana y la libertad de los individuos. Y que esa forma de
gobierno se fortalece y se consolida gracias a la participación activa, cotidiana y
permanente de los ciudadanos.
Es claro que la democracia como forma de gobierno y la democracia como forma de vida
no se contraponen sino que se complementan y que tienen un punto en común: el
gobierno debe recaer en manos de personas comunes y corrientes, elegidas por el pueblo.
La democracia descansa sobre prácticas socio-políticas de confianza en el ciudadano, y de
los ciudadanos entre ellos. No se trata de una confianza hacia los dirigentes políticos, sino
fundamentalmente, se trata de una confianza en los ciudadanos y entre ciudadanos. Su
éxito o fracaso depende de los ciudadanos y políticos, de su nivel de preparación para la
participación, la gestión y la administración de los asuntos comunes.
La democracia es una antigua idea que expresa algo simple: la pretensión de dar una
mayor capacidad de deliberación, pensamiento y reflexión, no a personas extraordinarias,
sino a la ciudadanía. La democracia es confianza en la responsabilidad de la ciudadanía. Y
la responsabilidad ciudadana es solidaria cuando se aplica a los asuntos que afectan a la
comunidad.
Concebir la democracia como forma de vida y no solo como forma de gobierno implica la
necesidad de una ciudadanía activa, de compromiso cívico y de deliberación colectiva
sobre los asuntos relacionados con el bien común.
Esta ciudadanía activa es habilitada por las nuevas formas de participación ciudadana
garantizadas en la Constitución del Ecuador. La finalidad de estos medios es la de ampliar
los canales de participación ciudadana para que las voces de los ciudadanos sean
escuchadas, ya sea para el control del ejercicio del poder, para acercar argumentos a favor
o en contra en el proceso de toma de decisiones, para cooperar en este proceso o
simplemente para poner de manifiesto necesidades, intereses e inquietudes.
Educación para la Ciudadanía es el área que debe proveer herramientas conceptuales y
procedimentales para que los adolescentes estén en condiciones de ejercer su ciudadanía.
Por supuesto, este objetivo compete a toda la educación de bachillerato y debe lograrse a
través de una organización institucional democrática en la que los estudiantes vivan la
democracia cotidianamente, participando activamente de los asuntos que interesan a la
comunidad educativa.
Educación para la Ciudadanía como educación para la participación
Educación para la Ciudadanía asume como tarea prioritaria la preparación en el ejercicio
de la ciudadanía durante el tramo de la escolaridad en bachillerato. Esto supone ofrecer
herramientas y favorecer la construcción de criterios para la participación autónoma,
creativa y responsable en la esfera pública.
El término “participar” tiene al menos dos sentidos que se complementan:
1) Participar significa “ser parte”: Ser parte de un grupo, de un colectivo, de un proyecto,
es un modo de participar. En este sentido, todos los estudiantes participan de su grupo
de clase y de la comunidad educativa de su colegio porque, sencillamente, forman
parte de ellos. Sin embargo, este modo de entender la participación es muy débil.
Alguien puede ser parte de un grupo escolar solo por estar inscripto en una lista y estar
sentado en un banco del aula y, sin embargo, no tomar la palabra, o no ser escuchado
ni ser percibido por sus compañeros o por los docentes y autoridades de la escuela.
Cuando se afirma que participar significa “ser parte” se quiere decir algo más. “Ser
parte” es ser reconocido, es existir para los demás.
El reconocimiento es un aspecto fundamental en la vida de toda persona. Todo ser
humano (además de necesitar satisfacer sus necesidades biológicas para sobrevivir)
necesita existir y existir significa ser para los otros, ser visto por los otros, ser reconocido.
El reconocimiento es una necesidad tan vital como la necesidad biológica de comer,
beber, dormir. Y tiene dos caras: el reconocimiento por conformidad y el reconocimiento
por distinción (TODOROV, 1995)4. El reconocimiento por conformidad es la necesidad que
tienen los seres humanos de ser reconocidos como iguales dentro de un grupo o una
comunidad. El reconocimiento por distinción es la necesidad de las personas de ser
valoradas en su modo específico de ser, de actuar, de hacer o de pensar.
En la escuela es necesario que los y las adolescentes se sientan reconocidos, se sientan
parte del proyecto escolar, del grupo de clase, de la comunidad educativa en general. Y, al
mismo tiempo, es necesario que se sientan escuchados y valorados positivamente en
algún aspecto de su quehacer cotidiano en la escuela. Este reconocimiento es el motor
del compromiso moral y político. En efecto, sólo una persona que se siente reconocida y
valorada puede tener la autoestima necesaria para sentir que sus aportes al grupo o a la
comunidad pueden ser de utilidad. Por el contrario, no se puede pretender que alguien
que no es escuchado ni valorado asuma compromisos con un proyecto común. De modo
que la participación en el sentido de “ser parte” es la puerta de entrada a la participación
ciudadana en el espacio público.
2) Participar significa “ejercer poder”: La primera acepción de “participar” se vincula con
el concepto de “reconocimiento”. La segunda acepción de “participar” se vincula con la
construcción de un poder compartido y colectivo, y con el ejercicio responsable de ese
poder. En el espacio público no existe el poder en soledad. Cuando se logra que algo se
haga o se deje de hacer en el ámbito público es porque hay un “nosotros” que ha
construido poder y lo ha ejercido. Y ese poder desaparece cuando se disuelve el grupo,
cuando deja de existir ese “nosotros” (ARENDT, 1993)5.
La conciencia de que la acción en el espacio público es acción que involucra a otros, que
nadie tiene ni ejerce poder en soledad, es parte de lo que se puede y debe aprender en la
escuela, si se propicia la participación de los estudiantes.
Desde este enfoque, habilitar la participación de los estudiantes en las instituciones
educativas, es una forma de empoderarlos. Y ése es un objetivo de la escuela secundaria
tal como es concebida por la Ley Orgánica de Educación Intercultural. La participación es
propiciada desde distintos ámbitos de las instituciones de este nivel educativo, pero
especialmente esta participación es promovida por el espacio curricular denominado
Participación Estudiantil, y es tematizada y enseñada desde el área de Educación para la
Ciudadanía.
Por otra parte, empoderar a los adolescentes equivale a democratizar las instituciones y
es un fuerte antídoto contra la apatía. Justamente, la apatía tiene efectos muy nocivos
para la democracia, ya que las personas apáticas se recluyen en sus mundos privados, se
desinteresan de lo público, de la vida en común, haciendo posible la corrupción o la
impunidad. En cambio, la progresiva democratización de la sociedad necesita de la
experiencia de poder de los ciudadanos. Esto significa que deben tener ocasiones para
ejercer poder y, en otro sentido, deben poder lograr algo de lo que reclaman, demandan o
proyectan. Si las personas nunca ejercen algún tipo de poder institucional, si siempre
delegan en otros las decisiones que los afectan, y si nunca logran nada de lo que
requieren, ¿en qué sentido podemos afirmar que estas personas ‘participan’? Para hacer
que esta democratización sea real, entonces, es preciso diseñar formas más igualitarias de
poder que confieran a todos en modo creciente la capacidad de tomar el control de sus
propias vidas, es decir, de ser agentes y autónomos.
La participación es la mejor escuela para la ciudadanía. El debate y la deliberación amplían
los horizontes de la información y de las opciones, y hacen que la sociedad se vuelva cada
vez más igualitaria. Educación para la Ciudadanía se pone al servicio de este objetivo
democratizador, transmitiendo el valor de la participación, y enseñando los canales
institucionales diseñados por el sistema democrático ecuatoriano.
La democracia necesita de ciudadanos demócratas defensores de los principios que rigen
el sistema democrático. Y los ciudadanos se hacen demócratas a través de la educación
que reciben y de la participación real que pueden ejercer. En primer lugar, formar para la
ciudadanía es ayudar a que las personas desarrollen su capacidad de autonomía, es decir,
que sean capaces de tener iniciativa propia y de hacerse responsables de los cursos de
acción que eligen. En segundo lugar, formar para la ciudadanía es formar personas
capaces de cooperar con los demás, es decir, capaces de colaborar y entender la
necesidad de dividir el trabajo con otros. Este aspecto se relaciona con la preparación para
la acción cooperativa y la auto-organización. En tercer lugar, formar para la ciudadanía es
despertar la vocación de participar en la vida pública, es decir, es ayudar a que las 12
personas entiendan que la democracia exige que la ciudadanía se preocupe por el “bien
común”. Esta preocupación es necesaria pues su ausencia genera efectos políticos que
suelen ser nocivos. En cuarto lugar, formar para la ciudadanía es formar en el respeto por
valores básicos que hacen posible la vida digna y la propia existencia de la democracia.
Si bien esta formación es compleja y debe brindarse a lo largo de toda la escolaridad de
los niños y adolescentes, Educación para la Ciudadanía es la asignatura específica que
enseña directa y explícitamente los conceptos y procedimientos que hacen a esta
formación.
Eje curricular integrador del área
Comprender y valorar la convivencia democrática en una sociedad pluralista, mediante el
análisis crítico de la realidad con base en criterios de justicia y solidaridad para deliberar
sobre temas vinculados con los derechos, el ejercicio de la ciudadanía y el Buen Vivir.
Ejes transversales
Educación para la Ciudadanía tiene como objeto de estudio la convivencia democrática, en
sus dimensiones individual y social; comprende la valoración personal como el primer
espacio del Buen Vivir y el bienestar comunitario como el ámbito de aplicación de una vida
digna para todos. La comprensión de estos elementos se logra con la formación del
intelecto y de los afectos de los estudiantes, en tal virtud el trabajo intelectual exige
convertir al aula en un espacio de análisis, reflexión, investigación y diálogo. En cambio la
formación en los afectos exige valorar al estudiante en su integridad, respetar sus
opiniones y pareceres para la práctica de valores y juicios éticos que hagan efectivo el
desarrollo de las competencias sociales y cívicas. En tal consideración los ejes básicos que
guían a la asignatura se fundamentan en la Constitución Política del Ecuador y los
principios generales de la educación ecuatoriana enunciados en la Ley Orgánica de
Educación Intercultural.
El BGU (Bachillerato General Unificado) plantea que una de sus finalidades es la formación
de jóvenes poseedores de valores humanos inspirados en el Buen Vivir, “ciudadanos que
hayan interiorizado una cultura de paz, democrática, igualitaria, tolerante, inclusiva y
solidaria, que acepte y celebre las diferencias de opinión y otros tipos de diversidad entre
las personas y los grupos humanos, que participen en el diálogo intercultural, y que
consagren el respeto inexcusable de los derechos humanos” (MinEduc. 2011, p. 5).
Por consiguiente, en la implementación de ejes transversales en este curso, se hará
énfasis en:
- La toma de conciencia de los derechos humanos.
- El cumplimiento de las obligaciones ciudadanas.13
- La valoración de la identidad ecuatoriana.
- El aprendizaje de la convivencia dentro de una sociedad intercultural y plurinacional.
- La tolerancia hacia las ideas y costumbres de los demás y el respeto a las decisiones democráticas.
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