martes, 2 de diciembre de 2014

ENFOQUE E IMPORTANCIA DE LA ASIGNATURA DE EDUCACIÓN PARA LA 
CIUDADANÍA
La asignatura de Educación para la Ciudadanía promueve la inserción creativa y dinámica 
de las personas dentro de una sociedad democrática, ampliándoles la posibilidad de 
asumir a plenitud sus derechos y obligaciones. Por ello el currículo está basado en los 
principios generales de la educación ecuatoriana enunciados en la Ley Orgánica de 
Educación Intercultural. Entre esos principios, presentes en el Artículo 2 de dicha ley, 
Educación para la Ciudadanía prioriza los siguientes: 

  1. Educación en valores
  2. Enfoque en derechos
  3. Educación para la democracia y
  4. Participación ciudadana

Siguiendo estos principios, la Educación para la Ciudadanía puede ser entendida como 
educación en valores, en derechos, para la democracia y para la participación. 

Educación para la Ciudadanía como educación en valores

Decir que la Educación para la Ciudadanía es educación en valores es afirmar algo muy 
general y vago. En efecto, toda educación es transmisora de valores. Todo docente, desde 
cualquier asignatura y de manera inevitable (consciente o inconscientemente) transmite a 
sus estudiantes una serie de valores. Lo que el docente dice y hace durante las clases, su 
posición frente a los diversos temas que se abordan, sus modos de intervenir en los 
conflictos en el aula, son acciones transmisoras de valores que pueden influir de un modo 
u otro en sus estudiantes. Que la escuela educa en valores es indiscutible. Siempre lo hizo 
y siempre lo hará. Como cualquier otro proceso socializador, la institución educativa 
transmite valores y normas, censura antivalores, prohíbe acciones, sanciona 
transgresiones. El problema no es si la escuela ofrece alguna educación en valores. El 
problema es qué tipo de educación en valores está dispuesta explícitamente a dar. Las 
opciones son, al menos, dos: 

1. La institución educativa puede educar desde su lugar de control social, intentando 
que los sujetos se adapten a las normas vigentes, a los valores hegemónicos, a las 
exigencias de quienes dominan el discurso, enseñando los mecanismos de la 
competitividad para llegar al éxito, y haciendo que estos sujetos acepten 
pasivamente los lugares asignados por la desigual relación entre los grupos y 
sectores de la sociedad (Cullen, 1996)

2. La institución educativa puede formar personas que incorporen y construyan 
autónoma y racionalmente los valores y las normas, aprendan a resolver 
argumentativamente los conflictos valorativos, respeten opciones diferentes 
conviviendo en un pluralismo axiológico sin renunciar a defender valores 
compartidos y universales (Martínez: 1998), de acuerdo a los principios enunciados en la Ley Orgánica de Educación Intercultural.

Al respecto, la opción elegida es la de una educación en valores que esté al servicio de la 
construcción de una sociedad cada vez más justa, democrática y pluralista. Con este 
objetivo, se trata de ayudar, desde la escuela, a que los estudiantes construyan juicios 
autónomos sobre las diversas valoraciones que concurren y colisionan en la sociedad 
contemporánea. Se trata de formar personalidades morales autónomas, equipadas con 
principios y saberes como para poder hacerse responsables de las propias opciones y no 
quedar a merced de imposiciones heterónomas. Se trata de formar personalidades 
dialogantes, capaces de argumentar con otros sus propias razones, escuchar y valorar 
otras diferentes a las suyas, buscar bases de consensos racionales y proyectos comunes, 
respetando los principios básicos de una convivencia justa. 
Educación para la Ciudadanía, desde este enfoque, es educación en valores que propicia el 
diálogo argumentativo e informado (no el mero intercambio de opiniones), el diálogo que 
presupone el reconocimiento del otro y la confianza en la capacidad de argumentar de 
todos los actores de la comunidad escolar. 

Educación para la Ciudadanía, en tanto educación en valores, pretende brindar al 
estudiante herramientas para que sean capaces de analizar críticamente y fundamentar 
conductas propias y ajenas, reflexionar sobre el sentido y funcionalidad de las normas, 
argumentar a favor y en contra de posturas valorativas diversas, debatir con el fin de 
explicitar las diferencias e indagar el modo de llegar a acuerdos posibles para la acción 
colectiva y el desarrollo del compromiso social de buscar una vida digna para todos los 
ciudadanos y ciudadanas.

Tampoco consiste en la transmisión (menos aún, la inculcación) de una única tradición y 
postura, sino en crear condiciones para que los estudiantes conozcan las leyes e 
instituciones de su país, valoren los principios y procedimientos de la democracia, 
construyan de manera conjunta una serie de acuerdos básicos en pos de una convivencia 
justa, siendo capaces de ponerse en el lugar del otro, salirse de su propio yo, 
descentrarse, entrar en la esfera de los otros y ampliar su visión del mundo. 


Los valores no son abstracciones sino que están encarnados en sujetos históricos y en 
situaciones concretas. Cabe, entonces, preguntarse: ¿cuáles son los valores que se van 
construyendo en el marco de la democracia y del pluralismo?; ¿cuáles son los valores que 
conformarían la base de esa sociedad democrática y pluralista? La convivencia entre los 
individuos y entre los grupos que conforman una sociedad pluralista solo es posible en el 
marco de un conjunto básico de valores compartidos. Estos valores compartidos son los 
valores propios de la democracia y conforman una 'moral mínima' que trasciende las 
particularidades grupales, étnicas, religiosas y políticas. Por ejemplo, valores como la no 
discriminación, la tolerancia, el reconocimiento del otro, el respeto por las reglas de juego 
de la democracia, la renuncia a la violencia para imponer las propias ideas. A su vez, 
existen valores no compartidos ('controvertidos') que son legítimos pues no son 
contradictorios con los valores propios de esa moral mínima o básica. Así, por ejemplo, 
existen en una sociedad pluralista distintas creencias religiosas, ideologías políticas, 
posturas estéticas, gustos, preferencias y costumbres. Las diferencias valorativas entre 
individuos y grupos se tornan ilegítimas cuando son contradictorias con los valores 
compartidos, es decir, cuando expresan contravalores. Son contravalores aquellos que 
violan los derechos de las personas. Por ejemplo, las posturas racistas, discriminatorias, 
xenófobas o las realidades sociales excluyentes (el hambre, la miseria, la ausencia de 
condiciones dignas de existencia). 

En este marco, Educación para la Ciudadanía enseña los valores compartidos expresados 
en la Constitución del Ecuador y en los derechos humanos universales. Asimismo, plantea 
estrategias pedagógicas claras para que los estudiantes rechacen los contravalores (por 
ejemplo, la discriminación) y sean respetuosos de las diferencias legítimas entre personas 
y sectores, entendiendo que esas diferencias enriquecen a la sociedad y amplían la 
variedad de proyectos personales y colectivos (TRILLA, 1992)3
Educación para la Ciudadanía como educación en derechos

Educación para la Ciudadanía aborda conceptos dinámicos e históricos cuyos contenidos 
han variado a lo largo de los tiempos. Los conceptos de “democracia”, “derechos”, 
“política”, “Estado”, no son unívocos ni estables, sino que están en permanente 
construcción, redefinición y re-significación desde el presente, según cada contexto social 
e histórico. Por supuesto, el concepto mismo de “ciudadanía” tiene esta característica. 
La relación entre “ciudadanía” y “derechos” ha sido y es muy estrecha. Hay consenso en 
definir ciudadanía como un conjunto de derechos y deberes de las personas en el marco 
de una comunidad. Sin embargo, ese consenso respecto de la idea de “ciudadanía” se 
debilita a la hora de determinar quiénes son las personas reconocidas como ciudadanas y 
cuáles son esos derechos y esos deberes, siendo éstos asuntos sobre los que pueden 
existir controversias y que varían a lo largo del tiempo. 

La distinción clásica y que aún puede considerarse vigente es la distinción entre 
ciudadanía legal, ciudadanía política y ciudadanía social. La ciudadanía legal es la totalidad 
de derechos que tienen los ciudadanos en asuntos concernientes a la ley. Es la dimensión 
jurídica de la ciudadanía. Esta legalidad se expresa a través de la definición de un conjunto 
de derechos que son portados por quienes pertenecen a un Estado. La ciudadanía legal 
incluye todos los derechos civiles que están asociados a la libertad y suponen la igualdad 
ante la ley. La ciudadanía política incluye los derechos políticos, reconociendo el derecho 
al sufragio y a la participación política en carácter de elector o de dirigente. La ciudadanía 
social atribuye a los sujetos el derecho a un nivel adecuado de educación, de salud, de 
trabajo, de vivienda y de seguridad social. 

Educación para la Ciudadanía como educación en derechos está en consonancia con la 
educación en valores referida anteriormente pues los valores que se pretenden transmitir 
desde esta área corresponden a las categorías de los derechos humanos, como la libertad, 
la igualdad, la participación, la solidaridad. Se intenta, a través de este tipo de educación, 
que los estudiantes se apropien subjetivamente de estos valores. 

Pero existe una diferencia entre “valores” y “derechos humanos”. La diferencia radica en 
que los derechos humanos no son solo valores positivos que deseamos ver efectivizados 
sino que son normas de derecho internacional que exigen a los Estados y a los ciudadanos 
su cumplimiento y que el Estado ecuatoriano ha incorporado a su Constitución. Es decir, 
los derechos humanos expresan valores pero a través de leyes. Por tal razón, la Educación 
para la Ciudadanía como educación en derechos no es solo una educación valorativa sino 
también normativa y tiene como objetivo que los estudiantes conozcan los derechos y 
obligaciones presentes en la Constitución del Ecuador y en los tratados y pactos 
internacionales a los que el Ecuador se ha adherido.

Cabe aclarar en este punto que esta dimensión normativa, si bien fundamental, no agota 
la formación ciudadana que se pretende. La idea de que la ciudadanía es un estatus 
jurídico que da derechos es una concepción que dice poco sobre la responsabilidad de los 
ciudadanos de participar en la vida pública. Por eso, es necesario complementar el 
conocimiento y la aceptación de los derechos de ciudadanía con las responsabilidades y 
virtudes ciudadanas. Referirse a la responsabilidad de los ciudadanos no es lo mismo que 
referirse a sus obligaciones. Por ejemplo, los ciudadanos adultos tienen la obligación de 
pagar sus impuestos pero no tienen obligación de participar en la vida pública. Si 
participan, es porque se sienten responsables ante sus conciudadanos/as. La 
responsabilidad va más allá de la obligación. Es una acción guiada por la conciencia y es 
autónoma.

Educación para la Ciudadanía aborda esta diferencia entre obligación y responsabilidad. Se 
trata de que los estudiantes conozcan sus derechos y obligaciones ya que ese es el marco 
normativo en el que deben desplegar sus acciones. Pero Educación para la Ciudadanía va 
más allá de ese objetivo. Respetar las normas por el solo hecho de temer posibles 
sanciones, o cumplir las obligaciones solo porque así lo determina una autoridad externa, 
es una actitud profundamente heterónoma o ajena a su voluntad. Ser autónomo, en 
cambio, consiste en reconocer el sentido y funcionalidad de las normas existentes, cumplir 
con conciencia las propias obligaciones, y ser capaz de asumir libremente 
responsabilidades que van más allá de lo prescripto. Además, ser autónomo puede 
implicar oponerse públicamente a sistemas normativos injustos, y buscar modificar estos 
sistemas a través de la participación activa. Si una de las funciones de la escuela 
secundaria es lograr que los y las adolescentes adquieran cada vez mayores grados de 
autonomía, el conocimiento de las normas no puede ser una adquisición pasiva. 

Para ello, es necesario complejizar el estudio de las normas. El objetivo es que los 
estudiantes reconozcan la complejidad del modo en que las normas se elaboran, las 
funciones que estas normas tienen, y, fundamentalmente, las diversas maneras en que se 
aplican. En efecto, la formación ciudadana incluye el reconocimiento de la necesidad de 
cumplir con las regulaciones vigentes, pero también incluye el conocimiento de los 
procesos de elaboración y promulgación de leyes, la participación en la construcción 
normativa, y el análisis crítico acerca de los modos en que se aplican las normas en 
distintos casos y contextos. 

Educación para la Ciudadanía no se agota, entonces, en el estudio de las normas y en la 
enseñanza sobre la necesidad de cumplirlas. Es también educación para la comprensión 
del mundo en el que estas normas se aplican. No se trata de una comprensión intelectual 
y pasiva, sino de una comprensión en la que los sujetos puedan sentirse parte de ese 
mundo y comprometidos con mejorar las condiciones en las que conviven. Tampoco se 
trata del estudio de una realidad desencarnada, sino de una realidad integrada por sujetos 
y grupos humanos que ejercen sus derechos o que los ven vulnerados en su experiencia 
cotidiana.

Además de la complejidad de las normas que regulan las relaciones entre los y las 
ciudadanas, que reconocen y garantizan derechos, que prescriben obligaciones y 
explicitan sanciones, es preciso transmitir que los derechos humanos no solo son normas 
y dispositivos institucionales. Es necesario transmitir desde la tarea docente que: 

  • los derechos humanos son conquista, es decir, son el resultado de la lucha y la participación ciudadana;
  • los derechos humanos son irreversibles, ya que nada ni nadie puede derogar o quitar de la esfera del derecho aquellas conquistas cuya inviolabilidad debe ser garantizada y respetada; 
  • los derechos humanos son progresivos, pues admiten la posibilidad de extender la protección a ámbitos o aspectos que anteriormente no estaban contemplados. 
  • los derechos humanos son proyecto, es decir, son una construcción jamás terminada, que exige el compromiso político de la ciudadanía para que sean efectivamente cumplidos.


Desde esta concepción de los derechos humanos es posible pensar la Educación para la 
Ciudadanía como educación promotora de la participación y del compromiso con la 
democracia. 

Educación para la Ciudadanía como educación para la democracia

Educación para la Ciudadanía como educación para la democracia tiene como objetivos 
que los estudiantes: 


  • Conozcan y valoren el funcionamiento y los dispositivos del sistema democrático ecuatoriano;
  • Aprendan a convivir en democracia. 


Desde este enfoque, Educación para la Ciudadanía promueve la comprensión de la 
democracia no solo como una forma de gobierno sino también como un modo de vivir 
juntos. 

En efecto, la democracia puede ser entendida como una forma de gobierno y, también, 
como una forma de vida. Entenderla sólo como forma de gobierno es considerar su 
aspecto instrumental. La democracia, desde esta visión, es un procedimiento que permite
resolver pacíficamente las disputas o conflictos y exigir a los gobernantes, por parte de los 
ciudadanos, la satisfacción de sus necesidades. En general, esta manera de concebir la 
democracia no pone el énfasis en la participación activa de los ciudadanos. Los 
procedimientos de la democracia instituyen que los ciudadanos deben pronunciarse 
periódicamente por medio del voto y controlar la acción de los representantes a través de 
mecanismos claramente estipulados. 

En cambio, entender la democracia como forma de vida alude al valor de la participación 
ciudadana como actividad intrínseca y consustancial al desarrollo de las cualidades propias 
del ser humano. Desde esta perspectiva, participar no se reduce a emitir un voto 
periódicamente, sino que implica actuar junto con otros con el fin de llevar a cabo un 
proyecto común. En este sentido, se entiende que la democracia no es sólo una forma de 
gobierno o procedimiento de toma de decisiones políticas, sino también una forma de 
vida que promueve la acción ciudadana y la libertad de los individuos. Y que esa forma de 
gobierno se fortalece y se consolida gracias a la participación activa, cotidiana y 
permanente de los ciudadanos.

Es claro que la democracia como forma de gobierno y la democracia como forma de vida 
no se contraponen sino que se complementan y que tienen un punto en común: el 
gobierno debe recaer en manos de personas comunes y corrientes, elegidas por el pueblo. 
La democracia descansa sobre prácticas socio-políticas de confianza en el ciudadano, y de 
los ciudadanos entre ellos. No se trata de una confianza hacia los dirigentes políticos, sino 
fundamentalmente, se trata de una confianza en los ciudadanos y entre ciudadanos. Su 
éxito o fracaso depende de los ciudadanos y políticos, de su nivel de preparación para la 
participación, la gestión y la administración de los asuntos comunes. 

La democracia es una antigua idea que expresa algo simple: la pretensión de dar una 
mayor capacidad de deliberación, pensamiento y reflexión, no a personas extraordinarias,
sino a la ciudadanía. La democracia es confianza en la responsabilidad de la ciudadanía. Y 
la responsabilidad ciudadana es solidaria cuando se aplica a los asuntos que afectan a la 
comunidad. 

Concebir la democracia como forma de vida y no solo como forma de gobierno implica la 
necesidad de una ciudadanía activa, de compromiso cívico y de deliberación colectiva 
sobre los asuntos relacionados con el bien común. 

Esta ciudadanía activa es habilitada por las nuevas formas de participación ciudadana 
garantizadas en la Constitución del Ecuador. La finalidad de estos medios es la de ampliar 
los canales de participación ciudadana para que las voces de los ciudadanos sean 
escuchadas, ya sea para el control del ejercicio del poder, para acercar argumentos a favor 
o en contra en el proceso de toma de decisiones, para cooperar en este proceso o 
simplemente para poner de manifiesto necesidades, intereses e inquietudes. 
Educación para la Ciudadanía es el área que debe proveer herramientas conceptuales y 
procedimentales para que los adolescentes estén en condiciones de ejercer su ciudadanía. 
Por supuesto, este objetivo compete a toda la educación de bachillerato y debe lograrse a 
través de una organización institucional democrática en la que los estudiantes vivan la 
democracia cotidianamente, participando activamente de los asuntos que interesan a la 
comunidad educativa. 

Educación para la Ciudadanía como educación para la participación

Educación para la Ciudadanía asume como tarea prioritaria la preparación en el ejercicio 
de la ciudadanía durante el tramo de la escolaridad en bachillerato. Esto supone ofrecer 
herramientas y favorecer la construcción de criterios para la participación autónoma, 
creativa y responsable en la esfera pública. 

El término “participar” tiene al menos dos sentidos que se complementan: 

1) Participar significa “ser parte”: Ser parte de un grupo, de un colectivo, de un proyecto, 
es un modo de participar. En este sentido, todos los estudiantes participan de su grupo 
de clase y de la comunidad educativa de su colegio porque, sencillamente, forman 
parte de ellos. Sin embargo, este modo de entender la participación es muy débil. 
Alguien puede ser parte de un grupo escolar solo por estar inscripto en una lista y estar 
sentado en un banco del aula y, sin embargo, no tomar la palabra, o no ser escuchado 
ni ser percibido por sus compañeros o por los docentes y autoridades de la escuela. 
Cuando se afirma que participar significa “ser parte” se quiere decir algo más. “Ser 
parte” es ser reconocido, es existir para los demás. 

El reconocimiento es un aspecto fundamental en la vida de toda persona. Todo ser 
humano (además de necesitar satisfacer sus necesidades biológicas para sobrevivir) 
necesita existir y existir significa ser para los otros, ser visto por los otros, ser reconocido. 
El reconocimiento es una necesidad tan vital como la necesidad biológica de comer, 
beber, dormir. Y tiene dos caras: el reconocimiento por conformidad y el reconocimiento 
por distinción (TODOROV, 1995)4. El reconocimiento por conformidad es la necesidad que 
tienen los seres humanos de ser reconocidos como iguales dentro de un grupo o una 
comunidad. El reconocimiento por distinción es la necesidad de las personas de ser 
valoradas en su modo específico de ser, de actuar, de hacer o de pensar.

En la escuela es necesario que los y las adolescentes se sientan reconocidos, se sientan 
parte del proyecto escolar, del grupo de clase, de la comunidad educativa en general. Y, al 
mismo tiempo, es necesario que se sientan escuchados y valorados positivamente en 
algún aspecto de su quehacer cotidiano en la escuela. Este reconocimiento es el motor 
del compromiso moral y político. En efecto, sólo una persona que se siente reconocida y 
valorada puede tener la autoestima necesaria para sentir que sus aportes al grupo o a la 
comunidad pueden ser de utilidad. Por el contrario, no se puede pretender que alguien 
que no es escuchado ni valorado asuma compromisos con un proyecto común. De modo 
que la participación en el sentido de “ser parte” es la puerta de entrada a la participación 
ciudadana en el espacio público. 

2) Participar significa “ejercer poder”: La primera acepción de “participar” se vincula con 
el concepto de “reconocimiento”. La segunda acepción de “participar” se vincula con la 
construcción de un poder compartido y colectivo, y con el ejercicio responsable de ese 
poder. En el espacio público no existe el poder en soledad. Cuando se logra que algo se 
haga o se deje de hacer en el ámbito público es porque hay un “nosotros” que ha 
construido poder y lo ha ejercido. Y ese poder desaparece cuando se disuelve el grupo, 
cuando deja de existir ese “nosotros” (ARENDT, 1993)5. 


La conciencia de que la acción en el espacio público es acción que involucra a otros, que 
nadie tiene ni ejerce poder en soledad, es parte de lo que se puede y debe aprender en la 
escuela, si se propicia la participación de los estudiantes. 
Desde este enfoque, habilitar la participación de los estudiantes en las instituciones 
educativas, es una forma de empoderarlos. Y ése es un objetivo de la escuela secundaria 
tal como es concebida por la Ley Orgánica de Educación Intercultural. La participación es 
propiciada desde distintos ámbitos de las instituciones de este nivel educativo, pero 
especialmente esta participación es promovida por el espacio curricular denominado 
Participación Estudiantil, y es tematizada y enseñada desde el área de Educación para la 
Ciudadanía. 

Por otra parte, empoderar a los adolescentes equivale a democratizar las instituciones y 
es un fuerte antídoto contra la apatía. Justamente, la apatía tiene efectos muy nocivos 
para la democracia, ya que las personas apáticas se recluyen en sus mundos privados, se 
desinteresan de lo público, de la vida en común, haciendo posible la corrupción o la 
impunidad. En cambio, la progresiva democratización de la sociedad necesita de la 
experiencia de poder de los ciudadanos. Esto significa que deben tener ocasiones para 
ejercer poder y, en otro sentido, deben poder lograr algo de lo que reclaman, demandan o 
proyectan. Si las personas nunca ejercen algún tipo de poder institucional, si siempre 
delegan en otros las decisiones que los afectan, y si nunca logran nada de lo que 
requieren, ¿en qué sentido podemos afirmar que estas personas ‘participan’? Para hacer 
que esta democratización sea real, entonces, es preciso diseñar formas más igualitarias de 
poder que confieran a todos en modo creciente la capacidad de tomar el control de sus 
propias vidas, es decir, de ser agentes y autónomos.

La participación es la mejor escuela para la ciudadanía. El debate y la deliberación amplían 
los horizontes de la información y de las opciones, y hacen que la sociedad se vuelva cada 
vez más igualitaria. Educación para la Ciudadanía se pone al servicio de este objetivo 
democratizador, transmitiendo el valor de la participación, y enseñando los canales 
institucionales diseñados por el sistema democrático ecuatoriano. 

La democracia necesita de ciudadanos demócratas defensores de los principios que rigen 
el sistema democrático. Y los ciudadanos se hacen demócratas a través de la educación 
que reciben y de la participación real que pueden ejercer. En primer lugar, formar para la 
ciudadanía es ayudar a que las personas desarrollen su capacidad de autonomía, es decir, 
que sean capaces de tener iniciativa propia y de hacerse responsables de los cursos de 
acción que eligen. En segundo lugar, formar para la ciudadanía es formar personas 
capaces de cooperar con los demás, es decir, capaces de colaborar y entender la 
necesidad de dividir el trabajo con otros. Este aspecto se relaciona con la preparación para 
la acción cooperativa y la auto-organización. En tercer lugar, formar para la ciudadanía es 
despertar la vocación de participar en la vida pública, es decir, es ayudar a que las 12
personas entiendan que la democracia exige que la ciudadanía se preocupe por el “bien 
común”. Esta preocupación es necesaria pues su ausencia genera efectos políticos que 
suelen ser nocivos. En cuarto lugar, formar para la ciudadanía es formar en el respeto por 
valores básicos que hacen posible la vida digna y la propia existencia de la democracia. 
Si bien esta formación es compleja y debe brindarse a lo largo de toda la escolaridad de 
los niños y adolescentes, Educación para la Ciudadanía es la asignatura específica que 
enseña directa y explícitamente los conceptos y procedimientos que hacen a esta 
formación. 

Eje curricular integrador del área

Comprender y valorar la convivencia democrática en una sociedad pluralista, mediante el 
análisis crítico de la realidad con base en criterios de justicia y solidaridad para deliberar 
sobre temas vinculados con los derechos, el ejercicio de la ciudadanía y el Buen Vivir.

Ejes transversales

Educación para la Ciudadanía tiene como objeto de estudio la convivencia democrática, en 
sus dimensiones individual y social; comprende la valoración personal como el primer 
espacio del Buen Vivir y el bienestar comunitario como el ámbito de aplicación de una vida 
digna para todos. La comprensión de estos elementos se logra con la formación del 
intelecto y de los afectos de los estudiantes, en tal virtud el trabajo intelectual exige 
convertir al aula en un espacio de análisis, reflexión, investigación y diálogo. En cambio la 
formación en los afectos exige valorar al estudiante en su integridad, respetar sus 
opiniones y pareceres para la práctica de valores y juicios éticos que hagan efectivo el 
desarrollo de las competencias sociales y cívicas. En tal consideración los ejes básicos que 
guían a la asignatura se fundamentan en la Constitución Política del Ecuador y los 
principios generales de la educación ecuatoriana enunciados en la Ley Orgánica de 
Educación Intercultural. 

El BGU (Bachillerato General Unificado) plantea que una de sus finalidades es la formación 
de jóvenes poseedores de valores humanos inspirados en el Buen Vivir, “ciudadanos que 
hayan interiorizado una cultura de paz, democrática, igualitaria, tolerante, inclusiva y 
solidaria, que acepte y celebre las diferencias de opinión y otros tipos de diversidad entre 
las personas y los grupos humanos, que participen en el diálogo intercultural, y que 
consagren el respeto inexcusable de los derechos humanos” (MinEduc. 2011, p. 5).
Por consiguiente, en la implementación de ejes transversales en este curso, se hará 
énfasis en:

  • La toma de conciencia de los derechos humanos.
  • El cumplimiento de las obligaciones ciudadanas.13
  • La valoración de la identidad ecuatoriana.
  • El aprendizaje de la convivencia dentro de una sociedad intercultural y plurinacional.
  • La tolerancia hacia las ideas y costumbres de los demás y el respeto a las decisiones democráticas.


No hay comentarios:

Publicar un comentario